jueves, 21 de octubre de 2010

La Bestia (Reino del Ocaso III)

Hay un monstruo que mora en el reino del hombre. Una criatura feroz, terrible y hambrienta. Aunque ya se la conocia en la antiguedad, y sus dentelladas mordieron crueles las tierras del hombre, nunca hasta la centuria que marcaba la muerte del milenio habia sido una pandemia. Sus garras tenian siempre la correa de la virtud humana, y aunque algun mordisco escapara de sus terribles fauces, nunca antes de este siglo pasado habia escapado este oscuro Fenris de la presa de Tyr.

Pero hacia la mitad del siglo, El Dios de papel se sintio amenazado por otros monstruos tan peligrosos como el, uno fue la locura de un pastor genocida hinchado de odio, que conducio a su rebaño por la torcida senda del odio y el miedo. Su avatar era una cruz gamada, robada de dioses amables del este y corrupta para simbolizar el terror en estado puro. El otro fue un sol naciente, rojo de sangre y furor imperial, hambriento del sacrificio de sus hijos en pos del vano honor. En las terribles forjas del imperio se fraguo al monstruo, para hacerlo invencible. Se engraso con sudor, sangre y lagrimas su diabolica maquinaria, se forjo uniendo de forma antinatural y grotesca la carne, el acero, la sangre y los cables, creando a este Behemoth de hierro estigio, a este Leviatan de acerados dientes. Le dotaron de muchas cabezas, que hambrientas pedian su racion de sangre, le afilaron amorosamente las garras con esperanza, y liberaron por fin a su terrible bestia contra sus enemigos.

Vencieron. La Bestia era inmortal e invencible, y ni todo el poder del falso pastor, ni toda la abnegacion de los vientos divinos pudieron derrotarla. De sus mandibulas surgio el poder supremo, el antivida, la fractura del universo, y ya nadie podria derrotarlo nunca mas.

Al termino de tan mortal conflicto, sus padres intentaron encerrarlo de nuevo en su jaula, pero sus cabezas de afilados colmillos les mordieron, y manifestaron con terribles aullidos su hambre insaciable. Asi pues, al descubrir los sacerdotes del Dios de papel que su creacion no les obedecia, y que si no hacian algo acabaria por consumirles a ellos, comenzaron a ofrecer sacrificios a la bestia. Primero buscaron otro monstruo, uno hecho de ideales traicionados, de promesas rotas y estrellas rojas, un Oso cavernario, sangriento y terrible surgido del glacial este. Luego, reconociendo que la lucha directa podria destruirles, los sacerdotes del Dios de papel plantearon un macabro juego de ajedrez sobre el mundo, con los hombres como peones, y envenenaron la mente de los reyes y los sabios de todo el orbe. El Oso sangriento respondio en igual medida, y se inicio un frio conflicto sin horizontes y sin mas reglas que la del engaño.

Los agentes de la bestia, cual incubos malignos, viajaban por todo el mundo, susurrando a los oidos de reyes y hombres promesas de inmortalidad, sueños dorados y vanas esperanzas. Avivando con su negro acicate el lobo cruel que mora en el alma humana, consiguieron enfrentar al hermano con el hermano, al padre con el hijo, al amigo con el amigo, en una guerra sin tregua y sin fin, en un choque entre dos imperios monoliticos.

Tal batalla siguio durante largas decadas, hasta que, el Dios de papel, harto de que alguien le desafiara, decidio tomar parte en el asunto, y propuso una carrera a sus enemigos. Una carrera suicida, atroz, pero en la que no podian dejar de participar. Y asi, la lenta tortuga del alba se enfrento a la dorada liebre del ocaso, perdiendo la carrera a diferencia de sus fabuladas contrapartidas. En su convulsion, el Oso cruel y sus sacerdotes, renegaron de su herejia y se abocaron con ansia a la adoracion del Dios de papel, condenando a sus subditos al hambre, el frio, la muerte y la desesperanza. Triste destino para orgullosos y vallientes siervos, que tanto han sido zarandeados en el ultimo siglo. De la muerte del terrible Oso, surgio una sucia anciana de dientes dorados, que prostituye a sus hijas y convierte a sus hijos en monstruos para poder libar del hinchado pezon del Dios de papel.

Pero claro, no podia todo acabar aqui. Un muro caido o un telon rasgado no podia ser el fin de la Bestia, asi que buscaron mas monstruos, y al no encontrarlos directamente, los crearon de entre los barbaros que moraban mas alla de sus muros, de entre los hijos bastardos de la guerra fria. Los mimaron y armaron, para luego abjurar de ellos y combatirlos con decision. Y en un ejercicio de suprema hipocresia, se sorprendieron cuando el nuevo y fanatico monstruo les mordio la mano y destruyo con un cruel ardid el mayor templo del Dios de papel.

Todos los hijos del Dios se lamentaban, pero este sonreia, porque el nuevo desafio le permitia alimentar a su bestia, y anexionar nuevos reinos para complacer a su Blanca Dama. El Reino del Ocaso no tiene fin ni fronteras, y cualquiera que se atreva a desafiarlo no puede sino caer ante el plumbeo martillo de su Bestia. No hay descanso para el malvado.

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